El agua es como la llave de oro que abre todas las cerraduras de la vida, del bienestar y del progreso. Es asimismo esencial para el adecuado funcionamiento del suelo y, tanto por exceso o por defecto, puede desencadenar o incrementar los procesos de degradación del mismo y acentuar los procesos de desertificación. Sin agua, una tierra reseca no puede aportar sus esenciales servicios productivos, ni tampoco cubrir las funciones ecológicas de funcionamiento y regulación de la vida natural y del mantenimiento del paisaje. Sin agua, no podríamos disponer del beneficio social, productivo y ambiental que representan las actividades agrarias, ni del beneficio económico de otras numerosas actividades estrechamente ligadas a la tierra, como por ejemplo el sector turístico, la producción energética, la producción de alimentos y numerosas actividades industriales. Por otra parte, el exceso de agua, en periodos de intensas lluvias torrenciales, puede provocar graves procesos de erosión, corrimientos de tierras, colapso de laderas, inundaciones y graves daños por colmatación y sedimentación.
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